La dulce bailarina y su caja rosa~
El telón estaba bajado. El teatro respiraba un silencio expectante. La gran cortina, comenzó a subir. Al fondo del escenario apareció una caja. Una caja grande, que lentamente destapaba sus secretos. De ella salió una hermosa bailarina con tutu rosa. Un hilo de música comenzó a sonar, una pieza conocida, sí, era Fur Elise. Ella empezó a moverse, miró al público y lo sonrió. La cara estaba pintada de blanco, con una sombra rosa en sus ojos. Los labios eran pálidos, recordaban a la nieve caída durante todo el invierno en esa ciudad, esa ciudad dónde la muñeca despertaba al abrir su caja. En quinta posición de brazos y piernas, comenzó a girar con elegancia. Una vuelta y otra y otra y otra. No se cansaba. En ese momento, otro bailarín apareció en el escenario, que impresionado, solo miraba como aquella dulce bailarina giraba y giraba, sin dar tregua. Ella lo vio y paró en seco. La timidez hizo que la caja se fuera cerrando, guareciéndose en el interior. Él gesticuló y la pidió que no se fuera. Le dijo que él era malabarista.
<<¿Malabarista?>> Pensó ella.
La curiosidad invadió a la joven, que con la caja entreabierta empezó a observar. El malabarista lanzó sus bolas al aire. Parecía como si flotaran en el espacio, la gravedad había perdido protagonismo en ese escenario. Los objetos trazaban diferentes movimientos. Él se movía por todo el tabón. A cada salto que daba abría las piernas, mientras las pelotas seguían en el aire. Ellas no caían, él las recogía acompañándolo con su delgado cuerpo. Era magia. El malabarista paró e invito a la dulce bailarina a bajar. Ella se negó, le dijo que no podía. Estaba anclada a esa caja rosa de por vida. Tristemente, la bailarina le miró. Ambos compartieron la mirada. ¿Era posible que el amor hubiera surgido entre una bailarina y un malabarista?
La cortina se cerró y el público comenzó a aplaudir. El descanso de la función se produjo en ese momento. La gente aprovecho ese parón para comentar la obra. Pero no dio tiempo para más, en cinco minutos, el telón volvió a destapar sus vergüenzas.
Allí estaban los dos, tal y como se quedaron al final del descanso. El malabarista tuvo una brillante idea. Si ella no podía bajar, subiría él. Así hizo. Se contoneo por todo el escenario, mientras la dulce bailarina no dejaba de dar vueltas. Trepó por la caja y se sentó. Ella le miró y también hizo lo propio. Ambos compartían complicidad en aquél baúl rosa. Ella le advirtió que no podría quedarse mucho tiempo o la caja le atraparía, para no poder salir. El asintió.
El malabarista se levantó y obligó a la bailarina a que también lo hiciera. Cogió sus pelotas y se las cedió. Te toca aprender. Ella no quería y se negó. Él insistió hasta que finalmente cedió. Lanzó las bolas al aire y se cayeron, una tras otra. Él las cogió y se las volvió a dar. Le pidió que se relajara y que se dejara llevar. Ella lo hizo y estas flotaron en el aire.
<<¡Es maravilloso!>> pensó.
Pasaron las horas y allí seguían los dos. La bailarina le miró y le pidió que se fuera o la magia le encerraría. El malabarista le preguntó si se volverían a ver. La bailarina negó. La trasladaban a otra ciudad. Él decidió quedarse. Ella le empujó contra la salida, pero él no se inmutó.
-Si no puedo verte más, me quedaré encerrado aquí contigo.
La bailarina le abrazó y la magia comenzó a hacerse eco en la caja. Un muelle de metal, salió de debajo de los pies del ahora dulce malabarista. Los dos se quedaron atrapados por el resto de sus vidas.
La próxima vez que se abriera la caja, los dos estarían abrazados. Tal y como la magia del amor les unió.
El telón se cerró y el público aplaudió.
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